Esta noche salí a pasear. Caminé durante horas sin rumbo ni destino, solo con la única idea en mente de caminar, pero de repente me encontré con ella.
El frio viento abofeteaba mis mejillas sonrojadas por la aflicción que sentía en esos momentos, la lluvia mojaba mi cara y empababa mi cabello y mis ropas, mis pies daban un paso detrás de otro sobre el frio y húmedo asfalto, un escalofrío recorría mi espalda con cada ulular del viento a mis espaldas, temerosa de que alguien estuviera siguiendo mis pasos. Enfrascada en mis pensamientos, no caí más que en la cuenta de que los coches pasaban a mi alrededor haciendo caso omiso de mi presencia, hasta que subitamente un ruido extraño me alarmó y me hizo buscar cobijo. Acurrucada bajo un manto de estrellas y al refugio de un cielo sombrio busque la sombra más cercana en la que poder pasar desapercibida, fue entonces cuando claramente la escuché.
Ella vestía unos altos zapatos negros de tacón que retumbaban en la distancia, se cobijaba del frio con un abrigo negro que apenas dejaba ver su rostro y su figura, pero no era necesario verla para poder sentirla. El sonido de sus tacones estaba camuflado por su angustioso llanto, un sollozo continuo interrumpido por esporádicas bocanas profundas de aire que daban de nuevo paso a un lloro incontrolable. La miré y escuché desde la distancia pensando que yo la entendía, que quería acercarme a ella y decirla "chiquitita, no has de llorar", sé fuerte y sigue adelante; pero no me atreví. Permanecí en mi refugio escondida y pensativa hasta que el sonar de sus tacones dejó de oirse, fue entonces cuando retomé mis pasos sin sentido hacia la nada.
Solo podía pensar en ella, ¿qué le habría provocado ese sollozo tan desgarrador?, ¿por qué no había nadie tras ella para consolarla?, ¿por qué caminaba sola por esos parajes tan oscuros y sombríos? ¿de dónde había salido?, ¿a dónde iba?. Pero de repente mi mirada perdida y melancólica se fijo en unas pintadas que había en el suelo: "hay una cosa que te quiero decir". Pocos metros más tarde únicamente decía: "te quiero", "eres mi todo". Y de nuevo pensé en ella. Esas palabras cálidas seguro que la reconfortarían, la harían sentir mejor y con fuerzas para enjugar sus lágrimas y seguir caminando, pero esta vez con la cabeza alta y orgullosa.
Hoy salí a pasear para encontrarte, para comprender que todos necesitamos llorar desconsoladamente sin que nadie nos venga a buscar. Gracias por haberte cruzado en mi camino.
Hay veces que ese llanto desgarrador y solitario es necesario para recomponer nuestras piezas y seguir adelante, aunque una mano y un abrazo amigo siempre reconfortan.
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