“Chiquilla,
deja de hablar que me estás dando dolor de cabeza con tanto parloteo”.
No va
ser la última vez que escucha esta frase, la he escuchado miles de veces
venidas de personas diferentes, siempre con algo de maldad y con ganas de… por
qué no decirlo: amargarte el momento. No soy
una persona muy parlanchina, soy bastante reservada y me cuesta mucho abrirme a
las personas, lo que no quita que tenga buenos amigos a los que les cuento mis
secretos más inconfesables, con los que comparto horas de chachara
preferiblemente frente a una cerveza fría, y a la que le gusta conocer gente.
Me gusta conocer y charlar con personas diferentes, me gusta aprender cosas
nuevas y compartir opiniones, pero me lleva mi tiempo. Hay personas que tienen
facilidad para hablar hasta no parar, hablar hasta debajo del agua, pero yo no
soy de esas.
No soy una persona tímida, esa etapa ya la pasé y ahora le hecho
valentía y ganas a la vida, pero soy muy reservada. Puede
que de primeras cause una impresión de persona seria, un poco apática,
demasiado tímida y un poco antipática, pero soy todo lo contrario. No me hace
falta tener que estar constantemente hablando, estar constantemente rodeada de
gente, he aprendido a valerme sola y hacer frente al mundo sin apoyo a mi lado;
cierto que necesito amigos y gente con la que charlar, pero unos los tengo y
los otros los puedo encontrar en cualquier sitio: en el super, en el gimnasio,
en el trabajo, en el bar, en un curso de chino…
Gracias
a todos aquellos que habéis querido conocerme y os habéis acercado a mí, porque
estoy segura que soy una buena amiga en la que podéis confiar siempre, porque
aunque la primera impresión que cause es de que soy muy seria y distante, en el
fondo soy risueña, payasa, cercana y a veces hasta cariñosa.
A los
que me juzgan por el envoltorio y se quedan en el exterior, solo tengo una
frase: tú te lo pierdes.