viernes, 27 de abril de 2012

Cierra los ojos

Cierra los ojos. Cierra los ojos y respira hondo, siente como el aire te hace daño en los pulmones porque está frio, siente como te hace daño en la nariz porque nunca habías respirado tan hondo, siente como tu pecho y tu voz tiemblan al dejarlo salir. Respira, respira fuerte y con calma, sin prisa, porque hoy no se va acabar el mundo.

¿Alguna vez te has parado a mirar lo que hay a tu alrededor? ¿Alguna vez te has parado a escuchar lo que dice esa vocecita interior? seguro que no y yo tampoco. No nos gusta ver las cosas feas que nos rodean, no nos gusta saber que hemos hecho cosas mal o muy mal, no nos gusta reconocer que nos hemos equivocado; no nos gusta saberlo porque saberlo nos hace sentir rastreros, oportunistas, malas personas, personas con falta de valores y creyentes de sus propios valores... basicamente nos hace sentir mal, o al menos debería hacernos sentir mal y hacernos caer la cara de vergüenza si tenemos la suficiente decencia y el suficiente valor para admitir que nos hemos equivocado.

Lo más curioso de todo es que hay veces en las que hacemos las cosas sabiendo que están mal, sabiendo que nos traerán consecuencias, sabiendo que estamos quebrantando nuestros valores, pero incluso aún e independientemente de eso las hacemos, somos entonces pues del género tonto. ¿Por qué hacemos entonces cosas que sabemos que están mal? muchas veces únicamente por inercia: por estar dentro de un grupo, por ser aceptado por un grupo (que a la larga ni siquiera te aporta nada), por tener nuevas experiencias que nunca antes en tu vida has tenido ocasión de experimentar, porque quieres ser popular, porque quieres que la gente hable de tí.... pero ¿realmente quieres que la gente te conozca por eso? ¿realmente quieres que la gente esté a tu lado por conveniencia?. Como bien dice mi madre: todo es cosa de la edad.

Todos dicen que los jóvenes somos irresponsables, y aunque muchas veces nos neguemos a verlo, es cierto que en muchas ocasiones lo somos. El problema es que hay personas no tan jóvenes que siguen estancadas en sus veintipocos años cuando eran jóvenes y alocados.

Hoy quiero ponerme delante tuya y decir en voz alta: me he equivocado, he hecho muchas cosas mal que no debería haber hecho y que no tienen justificación. He sido lo suficientemente valiente para reconocerlo, aunque ya una vocecita dentro de mí lo susurraba desde hace mucho tiempo, pero la ahogaba con vasos de cerveza y falsas expectativas.

Ahora, debo encontrar mi camino, camino del que me había desviado.